«El odio nunca puede ser vencido por el odio, sino por el amor».— Buda
Todos tenemos personas que nos caen mal o nos desafían. Ese roce activa una gama de emociones que va del rechazo al enfado y, en su extremo, al odio. El odio puede definirse como el deseo de que al otro le vaya mal, de que sufra. Lo paradójico es que, aunque lo dirigimos hacia fuera, quien lo sufre por dentro somos nosotros, porque es una forma de estrés sostenido que deteriora la salud psicológica y física .
Gran parte del malestar nace de cómo estructuramos nuestras relaciones: esperamos reciprocidad. Si hacemos algo positivo por alguien, confiamos en que nos corresponda; no necesariamente ahora, pero sí «en cierta proporción». Cuando alguien daña, se rompe ese equilibrio y exigimos reparación. Si no llega, emerge la sensación de injusticia… y con ella la rumiación hostil que alimenta el odio .
En términos sencillos: no nos duele solo lo que pasó, nos duele seguir recordando y reordenando lo que pasó sin una compensación que cierre el círculo.
Como cualquier forma de hostilidad crónica, el odio aumenta el estrés. Esa carga sostenida se relaciona con más problemas cardiovasculares y otros trastornos físicos y psicológicos. Mantener rencor no solo ensombrece el estado de ánimo; erosiona relaciones, distorsiona decisiones y dificulta disfrutar del presente .
El consejo es tan pragmático como humano: «Sed egoístas, no odiéis a nadie», escribía el dalái lama, porque dejando de odiar cuidas tu salud y tu paz mental .
Cuando sentimos que alguien nos dañó, solemos deslizar la respuesta por tres vías. Dos de ellas prolongan el sufrimiento:
Frente a ello, la tercera vía —la vía saludable— es el perdón.
El perdón es un proceso interno que beneficia a la víctima porque corta las rumiaciones de odio/victimismo derivadas del suceso. No sustituye a la justicia (si hubo delito, debe actuar) ni exige reconciliación (puedes no volver a tratar al agresor). Es un cierre mental que minimiza el contagio del daño al resto de tu vida y protege tu salud .
La experiencia clínica y la investigación conductual muestran que muchos agresores han sido modelados por su biografía y por el miedo. Comprender esto no excusa lo ocurrido, pero ayuda a prevenir que el sufrimiento se propague y nos atrape a nosotros mismos. Por eso, la frase inicial mantiene su vigencia: no es el odio, sino el amor —encarnado en comprensión, justicia y perdón— lo que corta la cadena del daño .
Nota bibliográfica y coherencia con la práctica clínica y contemplativa
Este artículo se basa en los contenidos de «Las personas que noqueremos» (cap. 5) —Adiós al sufrimiento inútil— y en la pedagogíaterapéutica del perdón y la compasión desarrollada en manuales y protocolosde compasión de Javier García Campayo, donde se explicitan definiciones,malentendidos y estrategias de aplicación práctica en relacionesdifíciles y el impacto del odio crónico en la salud.
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