«No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor. Quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor.»
I Juan 4:18-19
Los seres humanos somos criaturas inherentemente sociales. Una de nuestras mayores fuentes de felicidad radica en establecer vínculos adecuados no solo con otros seres humanos, sino también con mascotas y la conexión ecológica con el planeta y el universo. La psicología ha demostrado que el factor aislado que mejor predice el bienestar psicológico son unas relaciones sociales valiosas y significativas.
Sin embargo, estas mismas relaciones que nos nutren pueden convertirse también en manantiales de profundo dolor. El sufrimiento producido por las relaciones sociales se resume en tres tipos fundamentales, una clasificación tremendamente útil y clarificadora que describe todo el malestar que puede aparecer en el transcurso de nuestras interacciones con otras personas.
Los sufrimientos producidos por otros dependen de su categorización en amigos, enemigos o indiferentes. Esta división resulta esencial para comprender la naturaleza del dolor que experimentamos en nuestras relaciones.
El grupo de amigos es muy amplio e incluye no solo amigos propiamente dichos, sino también pareja, familia y todas las personas por las que sintamos cierto afecto. Paradójicamente, quienes más amamos son quienes más pueden hacernos sufrir.
Los amigos nos producen dos tipos distintos de sufrimiento: el producido por la separación y el del contagio emocional, es decir, sufrir por su sufrimiento. El primero surge cuando la relación se deteriora o se rompe; el segundo, cuando vemos a nuestros seres queridos atravesar momentos difíciles y nos contagiamos de su dolor.
El grupo de enemigos también es variable, y describe los seres hacia los que mostramos algún rechazo por la causa que sea. Los enemigos nos provocan el sufrimiento del odio, de desearles cosas negativas, generando en nosotros hostilidad en mayor o menor intensidad.
Este tipo de sufrimiento es particularmente tóxico porque no solo nos daña a nosotros mismos, sino que perpetúa ciclos de negatividad que se extienden más allá de nuestra esfera personal.
Los indiferentes constituyen la mayoría de la humanidad: las personas que no conocemos. En general, no nos ocasionan ningún sufrimiento, aunque cuando vemos gente desconocida que sufre, es frecuente que nos produzca malestar por identificación con el suyo, por contagio emocional.
Esta categoría nos recuerda que la capacidad de sufrir por otros no se limita a nuestros círculos cercanos, sino que puede extenderse a la humanidad en general.
Comprender estos tres tipos de sufrimiento nos permite abordar de manera específica cada situación dolorosa que experimentamos en nuestras relaciones. No es lo mismo el dolor de una ruptura amorosa que el sufrimiento que sentimos al ver a un hijo enfermo, ni es igual el malestar que nos produce un conflicto con un jefe que el que experimentamos al presenciar una injusticia en las noticias.
Esta clasificación funciona como un mapa emocional que nos ayuda a identificar qué tipo de sufrimiento estamos experimentando y, por tanto, qué estrategias específicas pueden ser más efectivas para gestionarlo. Al reconocer si nuestro dolor proviene de la separación, el contagio emocional o el odio, podemos aplicar las herramientas apropiadas para cada situación.
Lo fascinante de esta clasificación es su universalidad. Independientemente de nuestra cultura, edad o circunstancias particulares, todos los seres humanos experimentamos estos tres tipos de sufrimiento en nuestras relaciones. Es parte intrínseca de la condición humana.
Reconocer estos patrones no es el final del camino, sino el comienzo de un proceso de mayor autoconciencia y crecimiento personal. Al identificar qué tipo de sufrimiento estamos experimentando, podemos comenzar a trabajar con él de manera más consciente e inteligente.
La clasificación nos invita también a reflexionar sobre la naturaleza paradójica de las relaciones humanas: aquellos que más amamos son quienes más pueden lastimarnos, y sin embargo, es en el contexto de estas relaciones donde encontramos algunas de nuestras experiencias más significativas y transformadoras.
Esta comprensión inicial es el primer paso hacia una relación más madura y consciente con nuestro propio sufrimiento y con los demás. Al reconocer estos patrones, comenzamos a ver que el dolor relacional no es algo que simplemente nos sucede, sino algo con lo que podemos aprender a relacionarnos de manera diferente.
La sabiduría contenida en esta clasificación nos recuerda que, aunque no podemos evitar completamente el sufrimiento en nuestras relaciones, sí podemos desarrollar una comprensión más profunda de su naturaleza y, por tanto, encontrar formas más hábiles de navegarlo.
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