En el ámbito del mindfulness, se han identificado dos maneras fundamentales de funcionamiento mental: el modo hacer y el modo ser. Estos conceptos, introducidos por Williams (2010), reflejan dos enfoques radicalmente distintos de relacionarnos con nuestras experiencias.
El modo hacer representa la forma habitual y automatizada en la que opera nuestra mente: se orienta a la consecución de metas, analiza continuamente el pasado y anticipa el futuro, relegando el presente a un segundo plano. En este estado mental predominan el diálogo interno incesante, el juicio, la comparación entre lo que es y lo que debería ser, y la tendencia a clasificar la realidad en términos dicotómicos como agradable/desagradable o bueno/malo.
Por el contrario, el modo ser —también llamado modo mindful o no narrativo— supone una forma de estar en el presente sin objetivos concretos ni juicios. La mente en este estado acepta lo que ocurre tal y como es, sin intentar modificarlo. Es una experiencia directa, no conceptual, caracterizada por la apertura, la aceptación y la flexibilidad. Aunque inicialmente requiere una práctica intencional, con el tiempo puede llegar a automatizarse.
Es importante señalar que estos modos no son excluyentes ni absolutos. No se trata de estar completamente en uno u otro, sino de una relación continua entre ambos. Podemos, por ejemplo, estar funcionando en un 70 % en modo hacer y en un 30 % en modo ser. La clave está en modular su intensidad según el contexto, desarrollando la capacidad de cambiar de un modo al otro cuando sea necesario.
A continuación, se resumen sus diferencias fundamentales:
(Fuente: Williams, 2010; García Campayo y Demarzo, 2015)
Desde una perspectiva social (Samuel, 1990), el modo hacer se asocia con el individualismo característico de las sociedades occidentales —centrado en el “yo” y la personalidad—, mientras que el modo ser se considera más sociocéntrico, más típico de sociedades orientales, menos desarrolladas económicamente pero con una cosmovisión centrada en la comunidad.
Estos modos de funcionamiento mental también están vinculados a dos tipos de felicidad bien diferenciados, que hunden sus raíces en el pensamiento aristotélico y que han sido retomados por la psicología positiva:
La felicidad hedónica consiste en buscar la satisfacción a través de logros externos: obtener un título, un empleo ideal, una casa o una relación de pareja. Este tipo de felicidad es temporal y crea un ciclo de deseo-insatisfacción. Como la satisfacción proviene de algo que aún no se posee, el presente se convierte en un lugar de lucha y carece de valor en sí mismo.
En cambio, la felicidad eudaimónica, asociada al modo ser, ya está en el presente. No depende de conseguir nada externo, sino de aceptar el mundo tal y como es, incluyendo nuestras propias limitaciones. Esto no implica resignación pasiva, sino una actitud lúcida y proactiva hacia lo que sí podemos cambiar, y aceptación hacia lo que no.
El mindfulness no busca eliminar el modo hacer —que resulta esencial para muchas tareas del día a día—, sino ampliar nuestra conciencia sobre cómo y cuándo lo utilizamos, y sobre todo, permitirnos acceder al modo ser cuando la situación lo requiere. Esto contribuye no solo a un mejor equilibrio emocional, sino también a una vida más plena y menos dominada por la ansiedad o la necesidad constante de alcanzar metas externas.
La capacidad de movernos intencionalmente entre el modo hacer y el modo ser se convierte así en una herramienta clave para el bienestar psicológico. El mindfulness, practicado con constancia, permite desarrollar esta habilidad con mayor soltura y naturalidad.
Del libro:
¿Qué sabemos del mindfulnes? De JavierGarcía Campayo y Marcelo Demarzo
Editorial Kairós SA
ISBN:9788499886305
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