El mindfulness es una práctica que ha ganado terreno en los últimos años por sus beneficios sobre el bienestar. Pero, ¿qué es exactamente? ¿Se trata de una habilidad innata o puede entrenarse? ¿Tiene una base genética? ¿Solo se desarrolla mediante meditación?
Uno de los primeros puntos clave es distinguir entre mindfulness como estado y mindfulness como rasgo (Kiken et al., 2015; Wheeler et al., 2016):
Ambos aspectos pueden medirse mediante cuestionarios estandarizados, y la evidencia muestra que el mindfulness rasgo está claramente relacionado con el bienestar psicológico (Tomlinson et al., 2018).
Una de las preguntas más relevantes es si practicar mindfulness como estado puede transformar el rasgo. La respuesta es que sí, pero con matices.
Un estudio de Kiken y colaboradores (2015) mostró que las personas que practican mindfulness de forma regular durante un programa de ocho semanas aumentan sus niveles de mindfulness rasgo. No obstante, este efecto no se presenta en todos por igual. Las trayectorias individuales son específicas y no siempre existe una relación directa entre la práctica y el cambio a largo plazo.
Además, quienes ya tienen un nivel alto de mindfulness rasgo se benefician más de la práctica, mostrando mejoras en bienestar subjetivo, empatía, esperanza y menor estrés (Shapiro et al., 2011).
Los avances en neuroimagen han permitido identificar correlatos cerebrales del mindfulness. Según Kong et al. (2016), el mindfulness rasgo se asocia con:
Estos patrones se vinculan con diferentes tipos de bienestar: el bienestar hedónico (placer, afecto positivo) y el bienestar eudaimónico (propósito vital). El mindfulness parece mediar positivamente en ambos.
Aunque los términos "estado" y "rasgo" se utilizan tanto en psicología como en budismo, existen diferencias fundamentales:
Estas diferencias resaltan la necesidad de contextualizar culturalmente los instrumentos de medición del mindfulness, como el Five Facet Mindfulness Questionnaire (FFMQ) o la Toronto Mindfulness Scale (TMS).
Tradicionalmente se creía que la personalidad era difícil de modificar. Sin embargo, estudios recientes demuestran que el mindfulness puede influir en rasgos de personalidad, como la personalidad tipo D, caracterizada por afecto negativo e inhibición social. Un programa MBSR (Reducción de Estrés Basada en Mindfulness) consiguió reducir significativamente estos rasgos (Nyklícek et al., 2013).
El mindfulness también se correlaciona con dimensiones del modelo Big Five (Giluk, 2009):
Desde la definición de mindfulness occidental (Langer, 1989), la apertura al cambio sería el rasgo más relacionado.
Otros estudios (DeVibe et al., 2015) refuerzan que personas con alto neuroticismo son las que más reducen su estrés tras un programa de mindfulness, mientras que quienes puntúan alto en responsabilidad son los que más mejoran.
Un estudio con 2.100 gemelos de 16 años (Waszczuk et al., 2015) concluyó que el mindfulness rasgo es heredable en un 32%, mientras que el 66% restante depende de factores ambientales. Esto confirma que, aunque hay cierta predisposición genética, el mindfulness puede entrenarse.
De hecho, se ha observado que la práctica sostenida puede modificar la expresión epigenética, desactivando genes relacionados con el estrés (García Campayo et al., 2018).
Aunque la vía más común para desarrollar el mindfulness es la meditación, también pueden emplearse otros métodos:
El mindfulness es una habilidad compleja que puede presentarse como rasgo estable o como estado temporal. Tiene una base genética, pero es altamente entrenable mediante meditación u otras estrategias como la psicoeducación, el neurofeedback o incluso la realidad virtual.
La relación entre mindfulness y bienestar está respaldada por estudios clínicos, neurobiológicos y de personalidad. Además, su impacto va más allá del ámbito psicológico, alcanzando niveles profundos de transformación personal.
Del libro:
¿Qué sabemos del mindfulnes? De JavierGarcía Campayo y Marcelo Demarzo
Editorial Kairós SA ISBN:9788499886305
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