June 26, 2025

Los tres grandes enfoques del mindfulness: atención, construcción y deconstrucción

¿Qué tipos de prácticas meditativas existen y cómo se relacionan con el mindfulness? Esta es una pregunta clave en el ámbito de la psicología contemplativa y que ha sido abordada en profundidad por Dahl y colaboradores (2015), quienes proponen una clasificación que supera las distinciones tradicionales entre meditación atencional y concentrativa.

A continuación, explicamos esta clasificación moderna, estructurada en tres grandes grupos de prácticas: atencionales, constructivas y deconstructivas. Cada uno de estos enfoques persigue objetivos diferentes, activando distintos procesos mentales y teniendo aplicaciones clínicas específicas.

1. Prácticas atencionales: el entrenamiento de la metacognición

Las prácticas atencionales buscan manipular el foco de la atención, permitiendo al practicante dirigirla, sostenerla o ampliarla según se necesite. Su propósito es desarrollar la metacognición, es decir, la capacidad de ser consciente del propio proceso de conciencia.

Esta categoría se divide en dos tipos principales:

  • Atención focalizada (AF): Entrena la concentración sobre un único objeto (como la respiración o una parte del cuerpo), con múltiples variantes según la direccionalidad, apertura, intensidad o detección de la atención.
  • Monitorización abierta (MA): Permite observar sin juicio los contenidos mentales que emergen. Puede centrarse en los objetos de conciencia (pensamientos, sensaciones, etc.) o en la calidad de la atención en sí misma.

Estas prácticas reducen la mente errante, que ocupa hasta el 50% del tiempo de vigilia y está asociada al malestar psicológico (Killingsworth y Gilbert, 2010). A nivel cerebral, se asocian a una hipoactividad del córtex prefrontal medial y del córtex cingulado posterior. Se emplean, por ejemplo, en el tratamiento del TDAH, ansiedad, depresión o adicciones.

Ejemplos tradicionales incluyen técnicas como Jhana (Theravada), la consciencia corporal (Zen, budismo tibetano), el Samatha con apoyo, o programas terapéuticos como el MBSR y la terapia de aceptación y compromiso.

2. Prácticas constructivas: modificar los contenidos mentales

Mientras que las prácticas atencionales se enfocan en observar los contenidos de conciencia, las constructivas buscan modificarlos. Se basan en la idea de que es posible sustituir esquemas mentales disfuncionales por otros más adaptativos, incrementando el bienestar emocional.

Se distinguen tres orientaciones principales:

  • Relacional: Cultiva cualidades como la compasión o la ecuanimidad, mejorando nuestras relaciones y respuestas emocionales a situaciones difíciles.
  • Ética y de valores: Reestructura los valores y prioridades vitales, por ejemplo, mediante la contemplación de la muerte o la reflexión sobre el sentido de la vida.
  • Perceptiva: Modifica los hábitos perceptivos habituales. Un ejemplo es la práctica tibetana del Yidam, donde se imagina encarnar cualidades como la compasión para alterar la percepción del yo y del entorno.

Estas prácticas movilizan procesos como la reevaluación cognitiva (cambiar la interpretación de un evento) y la toma de perspectiva (ponerse en el lugar del otro). Por ejemplo, escuchar el llanto de un bebé en un avión puede producir rechazo, pero tomar perspectiva desde la posición de la madre genera compasión, modificando nuestra reacción emocional.

Desde el punto de vista neuroanatómico, estas prácticas implican la activación del córtex prefrontal dorsolateral y ventrolateral, entre otras regiones.

Ejemplos destacados: meditación sobre la bondad y la compasión (Theravada, budismo tibetano), Bodhicitta (Zen), oración centrada (tradición cristiana), protocolos como CCARE (Universidad de Stanford) o CBCT (Universidad de Emory).

3. Prácticas deconstructivas: cuestionar la experiencia y el yo

Las prácticas deconstructivas están orientadas al autocuestionamiento (self-inquiry) y al autoconocimiento (insight). Se centran en desmontar los patrones cognitivos automáticos, la percepción de la realidad y la idea fija de un “yo” estable y duradero.

Estas prácticas se dividen en:

  • Orientadas al objeto: Observan cómo los objetos de conciencia (pensamientos, emociones, sensaciones) cambian constantemente.
  • Orientadas al sujeto: Analizan los procesos mentales internos que constituyen la experiencia.
  • No duales: Pretenden eliminar la distinción entre sujeto y objeto, disolviendo la percepción del “yo” como entidad separada.

El objetivo final no es solo observar la experiencia, sino generar un conocimiento experiencial profundo sobre su naturaleza. Este enfoque desafía la reificación cognitiva, es decir, la creencia implícita de que lo que pensamos y sentimos es una representación fiel de la realidad.

Se trabaja sobre las estructuras que conforman el yo narrativo (biográfico, coherente en el tiempo) y se contrasta con el yo mínimo, ligado a la experiencia inmediata e interoceptiva.

Neurocientíficamente, estas prácticas se relacionan con la inhibición del hemisferio izquierdo y la estimulación del derecho, facilitando la resolución de problemas y alterando las bases del yo. Las regiones involucradas incluyen la ínsula anterior, la unión temporoparietal o el hipotálamo.

Ejemplos de estas prácticas incluyen el Vipassana (Theravada), la meditación analítica (tibetana), los koan (Zen), o la autoindagación del Vedanta Advaita.

Una clasificación integradora del mindfulness

La clasificación de Dahl y cols. (2015) permite entender que el mindfulness no es una práctica única ni homogénea, sino un conjunto diverso de técnicas con objetivos distintos: entrenar la atención, transformar los contenidos mentales o cuestionar la naturaleza de la experiencia.

Cada uno de estos enfoques puede ser útil en distintos contextos, ya sea terapéutico, formativo o personal. Conocer sus fundamentos ayuda a elegir conscientemente qué tipo de práctica puede beneficiarnos según nuestras necesidades.

Del libro:

¿Qué sabemos del mindfulnes? De JavierGarcía Campayo y Marcelo Demarzo

Editorial Kairós SA ISBN:9788499886305

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