“En los sueños tenemos la fuente de todas las metafísicas”, escribió Friedrich Nietzsche. Esta afirmación resume bien la importancia que el ser humano ha otorgado al sueño desde los orígenes de la civilización. Lejos de ser una mera actividad pasiva, los sueños —y en particular los sueños lúcidos— han sido considerados como ventanas hacia lo divino, herramientas de sanación o medios de exploración de la conciencia.
El primer testimonio registrado de un sueño se remonta al 3100 a.C. en Mesopotamia, donde los sueños del rey Gilgamesh eran interpretados por su madre-diosa como mensajes divinos. En Egipto, el sueño se asociaba al alma (Ba), que podía viajar conscientemente durante el sueño. Crearon incluso templos de incubación para recibir revelaciones mientras dormían.
En China, distinguían entre el alma material (p’o) y el alma espiritual (hun), que se desplazaba en sueños. En India, el mundo era interpretado como el sueño del dios Vishnu, y el Yoga Nidra se consideraba un camino hacia la autorrealización. Grecia ofreció uno de los entornos más ricos: Hipócrates y Galeno usaban los sueños como herramienta diagnóstica, mientras que Aristóteles fue el primero en dejar constancia escrita de la conciencia durante el sueño.
En el budismo tibetano, los sueños lúcidos se integran en una tradición milenaria de entrenamiento mental. Según el Dalái Lama:
“Existe un estado especial del sueño... que puede disociarse completamente del cuerpo físico y viajar a cualquier parte”.
El judaísmo, desde Abraham hasta los profetas, recogió múltiples referencias a los sueños como canal de comunicación con Dios. En el cristianismo, los sueños fueron inicialmente aceptados, pero San Jerónimo y Tomás de Aquino acabaron por asociarlos con la brujería o el demonio. San Agustín narra uno de los primeros sueños lúcidos documentados, protagonizado por su amigo Gennadius.
En el islam, los sueños fueron esenciales. El propio Mahoma recibió revelaciones oníricas, y prácticas como la ishtikara buscaban deliberadamente sueños guía. El maestro sufí Ibn El-Arabi clasificó los sueños en tres tipos: ordinarios, simbólicos y mensajes divinos, y promovió su control como una habilidad valiosa.
En culturas chamánicas como la de los iroqueses o los aborígenes australianos, los sueños tenían un papel social y espiritual central. Representaban un espacio compartido, el Tiempo del Sueño, al que se accedía para recibir conocimiento sagrado. Para los xhosa sudafricanos, los sueños también eran un canal de sanación y conexión ancestral.
Durante la Edad Media, los sueños fueron despreciados por la cristiandad. Tomás de Aquino afirmaba que podían proceder del demonio, y los únicos mensajes válidos eran los recibidos a través de la Iglesia.
Con el Renacimiento, figuras como Pierre Gassendi comenzaron a defender que la lucidez no dependía de los sentidos, sino del pensamiento. En el siglo XIX, el marqués Hervey de Saint Denys escribió el primer manual práctico para guiar los sueños, y Nietzsche afirmó haber despertado dentro de ellos, siendo consciente del estado onírico.
En el siglo XX, Freud revolucionó la interpretación de los sueños con su famosa obra La interpretación de los sueños (1900). Aunque nunca accedió al libro de Saint Denys, admitió en una reedición posterior que algunas personas podían dirigir sus sueños. Van Eeden, en 1913, fue quien acuñó el término sueño lúcido, describiéndolo como un estado donde el soñador “recuerda la vida diaria y dirige su atención a voluntad”.
En muchas culturas, los sueños han sido interpretados como premoniciones. Ejemplos clásicos incluyen el sueño de Jacob en la Biblia, las visiones de faraones egipcios como Thothmes o el célebre sueño de Alejandro Magno que predijo la conquista de Tiro.
En tiempos modernos, figuras como Abraham Lincoln también reportaron sueños premonitorios. Se llegaron a crear oficinas para su estudio, como la Oficina Británica de Premoniciones (1967), que acabó cerrando por falta de resultados concluyentes.
La historia de los sueños lúcidos es también la historia de nuestra relación con la mente, el alma y lo divino. Desde templos egipcios hasta laboratorios modernos, desde chamanes hasta neurólogos, los sueños lúcidos han servido para interpretar el mundo, explorar el yo o recibir mensajes trascendentales.
En palabras del propio Nietzsche:
“Sin el sueño no habríamos sido incitados a un análisis del mundo”.
Del libro:
SueñosLúcidos: Aprende a desarrollarlos.
De las tradiciones contemplativas a la evidencia científica – Javier García Campayo
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