Desde tiempos inmemoriales, el sufrimiento ha sido un tema central en la vida humana y en el pensamiento religioso y filosófico. Es algo que atraviesa nuestra existencia desde el nacimiento hasta la muerte: forma parte esencial de quienes somos y de cómo interpretamos el mundo. Comprender en profundidad el sufrimiento, sus formas y las claves para gestionarlo no solo nos ayuda a sobrellevarlo, sino que puede convertirse en una vía de crecimiento y transformación personal, siempre que sepamos abordar sus causas y efectos con lucidez.
La experiencia del sufrimiento está presente desde el primer instante de vida. El recién nacido, al abandonar el útero materno, atraviesa su primer trauma y llora frente a lo desconocido. A lo largo de la vida, descubrimos que este “valle de lágrimas” en el que vivimos tiene múltiples formas, tanto internas como externas: enfermedades, pérdidas, dificultades económicas, desastres, guerras o catástrofes naturales.
Todas las religiones y corrientes filosóficas han situado el sufrimiento en el núcleo de sus enseñanzas. Así ocurre en el cristianismo, donde el Génesis describe la vida, tras la expulsión del paraíso, como un camino marcado por el sufrimiento. En el budismo, la primera noble verdad afirma que la existencia es sufrimiento y la doctrina gira en torno a comprenderlo y extinguirlo. Incluso la psicología moderna, en palabras de Freud en “El malestar en la cultura”, reconoce que intentar dar sentido al sufrimiento está en el origen de todas las religiones; si no puede evitarse, el sentido que le demos ayuda a sobrellevarlo mejor.
Las dificultades de la vida moderna, donde los avances han reducido ciertos sufrimientos materiales, pueden acrecentar la sensación de sinsentido: la soledad, el envejecimiento, la muerte de seres queridos o las crisis personales resultan difíciles de aceptar. El sufrimiento, cuando parece vacío de significado, se vuelve aún más doloroso.
Podemos clasificar el sufrimiento en tres grandes categorías, que suelen coexistir a lo largo de la vida:
Estos tres tipos pueden aparecer en diferentes etapas vitales, separada o conjuntamente. Un caso paradigmático es el de Gaspar, un hombre que experimentó de manera abrupta los tres tipos tras el diagnóstico de una grave enfermedad neurodegenerativa. Su experiencia demuestra la complejidad y profundidad del proceso de sufrimiento, y cómo requiere abordajes integrales tanto médicos como psicológicos y emocionales.
El sufrimiento aparece inevitablemente y no siempre con sentido. En épocas pasadas, cada sufrimiento tenía una explicación natural: era el precio a pagar por sobrevivir en un mundo hostil. Pero en la actualidad, los sufrimientos habituales (soledad, incomprensión, enfermedades, inseguridad económica) se han vuelto más difíciles de aceptar porque ya no encajan en un relato colectivo. El sinsentido mismo se convierte en un sufrimiento adicional.
Hay que recordar que buena parte del sufrimiento es una interpretación subjetiva de los hechos. Si está bien gestionado, puede facilitar el crecimiento, la resiliencia y la compasión; mal gestionado, amarga el carácter y nos encierra en el victimismo, generando más sufrimiento a nuestro alrededor.
La clave de la felicidad reside en la capacidad de adaptarnos a las circunstancias de la vida, aunque sean negativas. No podemos controlar lo que ocurre, pero sí podemos regular nuestras emociones y decidir nuestra conducta ante los hechos.
Existen múltiples herramientas psicológicas para disminuir el sufrimiento. Entre ellas:
Trabajar en la gestión del sufrimiento cuando nos encontramos bien puede prepararnos mejor para futuros desafíos. Incorporar estas técnicas nos ayuda a reinterpretar lo que nos ocurre y, a menudo, a aliviar el sufrimiento evitable.
La historia de la humanidad puede resumirse en pocas palabras: el ser humano nace, sufre y muere. Sin embargo, la manera en que afrontamos el sufrimiento, la comprensión de sus causas y la actitud ante su inevitabilidad marcan la diferencia en cómo vivimos nuestra existencia. Comprender el sufrimiento es el primer paso para aprender a gestionarlo y, con ello, a vivir mejor, más libres y más compasivos con nosotros mismos y con los demás.
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